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Resistencias en el parto. Las mujeres frente a la violencia obstétrica


En las montañas de Puebla, donde la neblina envuelve los bosques y el frío se cuela en las casas de adobe, se encuentra Teopancingo, una comunidad rural donde las mujeres luchan no solo contra las adversidades de la vida cotidiana, sino también contra un sistema de salud que las invisibiliza y maltrata. Este es el escenario donde Ana Teresa Peña Hernández, antropóloga y doctora en Ciencias Antropológicas, llevó a cabo una investigación que muestra las resistencias de un grupo de mujeres campesinas frente a la violencia obstétrica. Su trabajo, publicado en la revista Nueva Antropología en su edición de febrero del 2025, nos invita a reflexionar sobre cómo las desigualdades de género, clase y acceso a servicios médicos se entrelazan en las experiencias de parto de estas mujeres.


Teopancingo y la violencia obstétrica


Teopancingo es una comunidad de poco más de 1,700 habitantes, ubicada en el municipio de Huauchinango, Puebla. Es un lugar donde la vida transcurre entre la siembra de maíz, la cría de truchas y la recolección de manzanas. Sin embargo, detrás de esta aparente tranquilidad rural, se esconde una realidad marcada por la pobreza, la falta de servicios básicos y un sistema de salud que, lejos de proteger a las mujeres, las somete a prácticas de violencia obstétrica.


La violencia obstétrica, definida como el maltrato físico y psicológico que sufren las mujeres durante el embarazo, parto y posparto, es un fenómeno que ha sido ampliamente documentado en América Latina. En México, este tipo de violencia se manifiesta en formas tan diversas como la negación de información, la realización de cesáreas innecesarias, la esterilización forzada y el trato deshumanizado por parte del personal médico. En Teopancingo, estas prácticas se agravan por la falta de recursos y la marginación que enfrenta la comunidad.


Ana Teresa Peña Hernández no es una observadora distante. Su investigación en Teopancingo surge de un compromiso con las mujeres que entrevistó. Durante su trabajo de campo, que se extendió de 2021 a 2022, Ana Teresa no solo recopiló testimonios, sino que también vivió de cerca las dificultades de la comunidad. La pandemia de Covid-19 añadió una capa adicional de complejidad a su trabajo, ya que muchas mujeres temían acudir a los hospitales públicos por el rumor de que allí "mataban a la gente".


Ana Teresa, quien también es madre, conectó con las mujeres de Teopancingo desde una perspectiva empática. Su propia experiencia como mujer y su formación en antropología y estudios de género le permitieron abordar el tema con una sensibilidad especial. "No se trata solo de documentar la violencia", dice Ana Teresa, "sino de entender cómo estas mujeres resisten, cómo se enfrentan a un sistema que las ignora y las maltrata".


La resistencia en el parto

Imagen ilustrativa de stock. Getty Images

Uno de los momentos más impactantes de la investigación de Ana Teresa es el relato de Alicia, una mujer de 26 años que, durante su parto, tomó la mano del médico y la colocó entre sus piernas para mostrarle que el bebé ya estaba naciendo. "Le dije: 'Mire, la cabeza del bebé está aquí, atiéndame'", recuerda Alicia. Este acto de resistencia física fue una respuesta desesperada ante la indiferencia del personal médico, que le había dicho que "todavía le faltaba mucho" para parir.


Alicia no es la única. Sarahí, de 22 años, decidió no asistir a consultas prenatales después de que, en su primer parto, fuera sometida a múltiples tactos vaginales y regañada por el personal de salud. "Me dijeron que no sabía por qué me embarazaba si luego iba a estar allí con miedos", relata Sarahí. En su segundo parto, optó por resistir callando, pero esta vez el personal médico la felicitó por su "buena conducta", evidenciando cómo el sistema premia la sumisión.


Lupita, una madre soltera de 23 años, resistió de otra manera: se negó a usar métodos anticonceptivos después de que las enfermeras le sugirieran que, como madre soltera, "debía cuidarse forzosamente". "Les dije que no, que había escuchado cosas malas de esos métodos", cuenta Lupita. Su negativa fue un acto de autonomía en un contexto donde las decisiones reproductivas de las mujeres son frecuentemente coaccionadas.


Un sistema que falla


Las historias de Alicia, Sarahí y Lupita no son casos aislados. Reflejan un sistema de salud que, en lugar de proteger a las mujeres, las somete a prácticas violentas y discriminatorias. La violencia obstétrica en Teopancingo no es solo un problema de maltrato individual, sino una manifestación de un sistema más amplio que falla en garantizar los derechos reproductivos de las mujeres.


Ana Teresa señala que la violencia obstétrica en Teopancingo está profundamente ligada a las desigualdades estructurales. La falta de recursos en los hospitales públicos, la saturación de los servicios y la rotación constante del personal médico contribuyen a un ambiente donde el maltrato se normaliza. Además, las mujeres de Teopancingo enfrentan barreras adicionales debido a su condición de pobreza y marginación. Muchas de ellas no tienen acceso a servicios privados y deben conformarse con una atención que, en el mejor de los casos, es deficiente.


La investigación de Ana Teresa Peña Hernández nos deja con una pregunta incómoda: ¿cómo podemos garantizar que las mujeres, especialmente aquellas en comunidades marginadas como Teopancingo, tengan acceso a una atención médica digna y respetuosa durante el parto? Las resistencias de Alicia, Sarahí y Lupita son un recordatorio de que, incluso en las circunstancias más adversas, las mujeres encuentran formas de luchar por su autonomía y dignidad.


Sin embargo, estas resistencias individuales no son suficientes. Es necesario un cambio estructural que aborde las desigualdades de género, clase y acceso a servicios de salud. ¿Cómo podemos transformar un sistema que naturaliza la violencia obstétrica? ¿Qué papel tiene las políticas públicas, la educación médica y la conciencia social en este proceso?


Ana Teresa concluye con una reflexión esperanzadora: "Las mujeres de Teopancingo nos enseñan que, incluso en los contextos más difíciles, es posible resistir. Pero no deberían tener que hacerlo solas. Necesitamos un sistema de salud que las escuche, las respete y las proteja".

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