Hace cincuenta años, México era un país en plena transformación. Las calles de Oaxaca estaban flanqueadas por milpas, las playas de Huatulco eran territorios solitarios sin hoteles ni turistas, y viajar desde Acapulco a Oaxaca requería cruzar algunos tramos en panga. La antropología en el país también estaba en un punto de inflexión: los investigadores que llegaban se encontraban con un mosaico de culturas, lenguas y cosmovisiones que apenas comenzaban a ser comprendidas en toda su complejidad. |
Es en este contexto donde la historia de Alicia M. Barabas y Miguel A. Bartolomé cobra sentido. Dos antropólogos que, desde su llegada a México hace cinco décadas, han dedicado su vida al estudio de los pueblos indígenas y sus luchas. Pero más allá de la investigación, su labor se convirtió en un ejercicio de compromiso con las comunidades y en una crítica constante al indigenismo oficial, que a menudo imponía soluciones sin escuchar a quienes pretendía "ayudar".
La respuesta de las instituciones oficiales fue hostil. "Respondió Aguirre Beltrán de forma muy airada porque se hacía una crítica muy dura al indigenismo mexicano y se lo acusaba de etnocidio", recuerda Miguel. Sin embargo, una década después, el seguimiento del proceso de reacomodo confirmó sus advertencias: la fractura social y cultural de las comunidades había sido devastadora.
Otro punto fundamental en su trayectoria fue el estudio de la resistencia maya en la Península de Yucatán. Se adentraron en comunidades descendientes de los combatientes de la Guerra de Castas, que aún mantenían el culto a la Cruz Parlante.
"La situación de los masewales era crítica", explica Miguel. "No fueron derrotados por el ejército, sino por la explotación del chicle. Las compañías corrompieron a algunos líderes mayas y así se produjo la irrupción de la sociedad nacional en su territorio".
El análisis de estas relaciones interétnicas quedó plasmado en el libro *La resistencia maya: Relaciones interétnicas en la Península de Yucatán*, donde documentaron cómo los mayas lograron resistir, adaptarse y transformar sus estrategias frente a la presión externa.
Alicia y Miguel han sido testigos de un México en constante cambio. "Tenemos nostalgia del pasado", admite Miguel. "De cómo era México hace 50 años, cuando íbamos a nadar a la Bahía de Huatulco, que era absolutamente solitaria, cuando la gente del sureste vestía de blanco con los sombreros… Ya no".
Pero no es solo nostalgia, sino una observación crítica sobre la transformación del país y la antropología misma. "Antes, la antropología se hacía en comunidad", lamenta Miguel. "Había camaradería. Ahora cada quien es de su institución y la resguarda celosamente".
El material de esta nota fue extraído de una reciente entrevista con ambos antropólogos para el canal de YouTube del INAH,ñ y muestra cómo su visión sigue vigente. Hoy en día, las comunidades indígenas enfrentan nuevos desafíos: megaproyectos, crisis climática, migración forzada. ¿Qué papel debe jugar la antropología en estos procesos?
El trabajo de Alicia y Miguel demuestra que la investigación no puede ser neutral. La antropología no solo estudia, sino que interviene. Escuchar, documentar y denunciar sigue siendo tan urgente como hace 50 años. Pero, en un mundo donde las instituciones se han burocratizado y la academia parece cada vez más distante de la realidad social, queda la pregunta: ¿quién recogerá la estafeta de la antropología comprometida?
Una Generación de Antropólogos con Vocación Compartida
"Era una época pionera", recuerda Miguel Bartolomé. "Todos los del Instituto Nacional Indigenista, Culturas Populares, la incipiente universidad, el centro de sociología… éramos un grupo de gente que se identificaba no tanto por su adscripción institucional, sino por la relación profesional. Éramos todos antropólogos". La comunidad científica de aquellos años compartía espacios, ideas y debates sin las divisiones burocráticas de hoy.
El trabajo de campo era una parte esencial de su formación y compromiso. Miguel recuerda su primer contacto con comunidades indígenas en Argentina: "Mi primera investigación de campo prolongada, casi un año, fue con los mapuches de Patagonia. Tenía 21 años. Era un estudiante no muy avanzado de antropología, pero me había fascinado el mundo mapuche". Sin embargo, no tardó en darse cuenta de la dura realidad que enfrentaban: "Era un mundo signado por la miseria, arrinconados en la precordillera de los Andes, en una situación realmente desesperante".
Esa inmersión marcó su vida para siempre. No era solo un observador; compartió la nieve, el frío, la precariedad. Descubrió que la antropología no podía limitarse a estudiar las culturas como entidades estáticas, sino que debía entenderlas como respuestas dinámicas a contextos de opresión y cambio.
La declaración de Barbados: un punto de ruptura
El trabajo con los mapuches y otros pueblos indígenas llevó a Alicia y Miguel a formar parte de un momento clave en la antropología latinoamericana: la Declaración de Barbados, un manifiesto que denunciaba el papel del Estado y de la propia antropología en la opresión de los pueblos indígenas.
"Aquel encuentro en Barbados fue un parteaguas en la historia de la antropología", explica Alicia. "Ahí comienza lo que llamamos la corriente teórica pluralista y la antropología comprometida. Fue un viraje por completo de lo que se hacía antes, en el sentido del compromiso del antropólogo con los pueblos indígenas con los que trabaja".
La Declaración de Barbados no fue bien recibida por todos. En México, por ejemplo, el documento no tuvo gran difusión. "La ideología de Barbados no fue muy conocida en México ni siquiera en otros países", señala Alicia. Pero eso no detuvo a los investigadores, que comenzaron a aplicar esas ideas en su trabajo de campo en Oaxaca y otras regiones de México.
Etnografía en el sureste mexicano
Uno de los episodios más impactantes de su trayectoria fue su trabajo con los chinantecos de Oaxaca, quienes enfrentaban la reubicación forzada debido a la construcción de la presa Cerro de Oro. "Nos fuimos casi durante un año", relata Alicia. "Primero vivimos un corto tiempo en la Comisión del Papaloapan en Veracruz y luego en el pueblo indígena de Ojitlán, visitando todos los ejidos que serían afectados".
Lo que encontraron fue alarmante. "Nos fuimos enterando de muchas cosas dramáticas", dice Alicia, recordando cómo el plan de reacomodo de las comunidades indígenas carecía de sensibilidad cultural y planificación adecuada. En respuesta, escribieron el ensayo *Desarrollo hidráulico y etnocidio*, que fue publicado en Dinamarca por el International Work Group for Indigenous Affairs (IWGIA).
Este texto criticaba duramente el indigenismo oficial y denunciaba que los reacomodos impuestos terminarían destruyendo las estructuras comunitarias, las lenguas y las identidades de los chinantecos y mazatecos. "No pudimos ser ajenos a la situación que atravesaban los chinantecos, que era realmente dramática", enfatiza Alicia.
La respuesta de las instituciones oficiales fue hostil. "Respondió Aguirre Beltrán de forma muy airada porque se hacía una crítica muy dura al indigenismo mexicano y se lo acusaba de etnocidio", recuerda Miguel. Sin embargo, una década después, el seguimiento del proceso de reacomodo confirmó sus advertencias: la fractura social y cultural de las comunidades había sido devastadora.
La resistencia Maya y la Guerra de Castas
Otro punto fundamental en su trayectoria fue el estudio de la resistencia maya en la Península de Yucatán. Se adentraron en comunidades descendientes de los combatientes de la Guerra de Castas, que aún mantenían el culto a la Cruz Parlante.
"La situación de los masewales era crítica", explica Miguel. "No fueron derrotados por el ejército, sino por la explotación del chicle. Las compañías corrompieron a algunos líderes mayas y así se produjo la irrupción de la sociedad nacional en su territorio".
El análisis de estas relaciones interétnicas quedó plasmado en el libro *La resistencia maya: Relaciones interétnicas en la Península de Yucatán*, donde documentaron cómo los mayas lograron resistir, adaptarse y transformar sus estrategias frente a la presión externa.
Presente y futuro de la antropología
Alicia y Miguel han sido testigos de un México en constante cambio. "Tenemos nostalgia del pasado", admite Miguel. "De cómo era México hace 50 años, cuando íbamos a nadar a la Bahía de Huatulco, que era absolutamente solitaria, cuando la gente del sureste vestía de blanco con los sombreros… Ya no".
Pero no es solo nostalgia, sino una observación crítica sobre la transformación del país y la antropología misma. "Antes, la antropología se hacía en comunidad", lamenta Miguel. "Había camaradería. Ahora cada quien es de su institución y la resguarda celosamente".
El material de esta nota fue extraído de una reciente entrevista con ambos antropólogos para el canal de YouTube del INAH,ñ y muestra cómo su visión sigue vigente. Hoy en día, las comunidades indígenas enfrentan nuevos desafíos: megaproyectos, crisis climática, migración forzada. ¿Qué papel debe jugar la antropología en estos procesos?
El trabajo de Alicia y Miguel demuestra que la investigación no puede ser neutral. La antropología no solo estudia, sino que interviene. Escuchar, documentar y denunciar sigue siendo tan urgente como hace 50 años. Pero, en un mundo donde las instituciones se han burocratizado y la academia parece cada vez más distante de la realidad social, queda la pregunta: ¿quién recogerá la estafeta de la antropología comprometida?
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