/style Amarrados al olvido. La crisis del cuidado de adultos mayores en contextos de escasez - Nota Antropológica

Amarrados al olvido. La crisis del cuidado de adultos mayores en contextos de escasez

En una esquina silenciosa de Lima, donde el ruido de la ciudad parece disiparse, se encuentra La Merced, un hogar de cuidado para personas mayores. A primera vista, parece ofrecer un refugio para quienes han quedado al margen de la sociedad: aquellos que, por vejez, pobreza o enfermedad, ya no tienen un lugar al que llamar hogar. Sin embargo, lo que sucede dentro de sus paredes revela una realidad más compleja y sombría.

Magdalena Zegarra Chiappori, antropóloga médica peruana, ha dedicado su carrera a examinar las vidas de las poblaciones más invisibles de su país. En su investigación publicada en Anthropology News, titulada Amarrados”: Physical Restraint in Long-Term Care Facilities for Older Adults in Lima, Peru, Magdalena nos invita a reflexionar sobre lo que significa cuidar y ser cuidado en un contexto de precariedad.

En La Merced, el “cuidado” a menudo adopta formas que desafían la empatía y la humanidad. Las personas mayores con Alzheimer, Parkinson o demencia son sujetas a prácticas de restricción física—amarrados—con el propósito de “protegerlos”. Pero ¿protegerlos de qué? Para Gabriela, de 81 años, y Olivia, quien sufre de Parkinson, el acto de ser amarradas a sus sillas o camas no significa seguridad, sino la pérdida de su dignidad y autonomía.

Una Narrativa de Precisión y Angustia

Un hombre solitario está sentado en la cama - Fotografía de stock



El relato de Magdalena se entrelaza con las historias de los residentes de La Merced, como Pelayo, quien una vez gritó: “¿Qué soy? ¿Un animal? ¿Un prisionero? ¿Dónde está mi dignidad?”. Sus palabras resuenan como un eco en los pasillos del hogar, enfrentando al lector con una pregunta fundamental: ¿qué implica realmente cuidar de alguien?

Para el personal del hogar, como Anabel, la restricción física es una solución pragmática en un contexto de extrema escasez. “No hay suficiente personal para vigilar a cada residente”, explica. Los recursos son limitados, los salarios bajos y la infraestructura apenas funcional. En este ambiente, “amarrar” a los residentes se convierte en un acto necesario para prevenir caídas, agresiones o autolesiones.

La Precariedad como Contexto y Causa

La investigación de Zegarra expone cómo la precariedad estructural moldea las dinámicas de cuidado. La falta de recursos no solo afecta la calidad de la atención médica, sino que también distorsiona las relaciones entre los cuidadores y los residentes. En un entorno donde el tiempo, el dinero y el personal son insuficientes, las soluciones inmediatas—por más inhumanas que parezcan—se perciben como inevitables.

Sin embargo, estas prácticas tienen profundas implicaciones éticas. ¿Qué significa que, en nombre de la seguridad, las personas mayores sean privadas de su libertad de movimiento? ¿Qué dice esto sobre la forma en que valoramos a quienes ya no son económicamente productivos o físicamente independientes?

Implicaciones Sociales y Políticas

El fenómeno de los amarrados no puede entenderse aislado de las estructuras sociales más amplias. En Perú, como en muchas partes del mundo, el envejecimiento suele estar acompañado de exclusión social. Las personas mayores, especialmente aquellas en situación de pobreza, enfrentan un abandono sistemático que se manifiesta en la falta de políticas públicas efectivas, la insuficiencia de fondos para instituciones de cuidado y el estigma asociado con la vejez.

Además, la investigación de Zegarra sugiere que estas prácticas no solo reflejan una precariedad económica, sino también una precariedad afectiva. El acto de restringir físicamente a los residentes revela una desconexión emocional entre el personal y los ancianos, una pérdida de la capacidad de ver a los otros como seres humanos con dignidad intrínseca.

Al final de su estudio, Magdalena no ofrece respuestas fáciles. En lugar de ello, nos deja con preguntas que exigen una reflexión profunda: ¿Cómo podemos transformar las instituciones de cuidado en espacios que promuevan no solo la supervivencia, sino también la dignidad y el bienestar? ¿Qué papel deben jugar las políticas públicas, las comunidades y las familias en este proceso?

Mientras Gabriela, Olivia y Pelayo continúan sus días en La Merced, sus historias nos recuerdan que la forma en que tratamos a las personas mayores no solo refleja nuestras prioridades como sociedad, sino también nuestra capacidad de empatía. Si el cuidado debe ser verdaderamente humano, quizás sea hora de replantear qué significa cuidar y quién tiene el derecho de definirlo.

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